domingo, 11 de agosto de 2013

la Juana, pobre Juana

Hacía tiempo que Juana no sentía escalofríos constantes recorrer su cuerpo, hace tiempo que no se le nublaba la vista. Ya no recordaba la última vez que se ahogaba en llanto y sentía que perdía el control sin poder recuperarlo rápidamente. Un crisis. De angustia, de esas de las más serias y las más insoportables. Había fingido el día completo, pero Juana creía que no le había resultado. A fin de cuentas, ni los tontos son tan tontos como parecen. Era el primer minuto del día en el que se encontró sola. Completamente sola. Conduciendo por las calles, con la música fuerte y la cabeza en Narnia. Cinco escalofríos seguidos y comenzó el diluvio, los gritos y el dolor más grande que nunca había sentido su alma. Pobre Juana. Pobre porque no era capaz de hablar. Y aunque así lo fuera, no podría explicar jamás lo que sentía, y siente, porque ni ella lo entiende. Es todo nuevo, todo raro, todo sin una causa netamente conocida porque todo lo que piensa se mezcla y se contrapone. Y el problema, era que Juana quería parar de sentirse así, pero bajo ninguna razón quería dejar de llorar. Quería inundar el auto, quería que se le hincharan los ojos para que así se notara el padecimiento del dolor más grande de su vida. Pero no lo logró. Recuperó involuntariamente el control sobre el torrente que caía de sus ojos tristes y melancólicos, pero no encontró una solución, una respuesta, una señal de algo, nada. No había nada. Solo recuerdos, solo mentiras, solo amor, solo veía la perdición. 

Pobre Juana, se sentía tan sola. Quería llamar, pero sus dedos no respondían. Quería un abrazo, pero no sabía quien podría dárselo. La música la agobiaba, ya no sentía el frío. Hubiera escapado durante un par de días si fuera un poco más valiente de lo que es.




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