Cuando la mamá me despertó para ir a tomarme la leche en la mañana me di
cuenta de que tenía lágrimas en los ojos. Yo siempre me daba cuenta de esas
cosas, pero nunca le decía nada. Esta vez era diferente, porque cuando le cayó
una lagrimita de los ojos se rio igual que la tía Paola. La tía del jardín se
ríe mostrando sus dientes blancos siempre que le regalamos los dibujos que
hacemos en la casa.
Parece que abrí un poquito los ojos porque la mamá me miró un poquito
sorprendida. Me agarró la mano con la que me rascaba la cara y se la puso en la
guatita. Ya no vas a estar solito, me dijo; dentro de unos meses va a llegar un
nuevo hermanito. Ella no dejaba de sonreír y yo no dejaba de pensar “ya no voy
a estar solito”.
Me tomé la leche y me lavé los dientes con mi cepillo amarillo de
dinosaurio. Los dinosaurios son mis animales favoritos y creo que me van a dar
uno de mascota para mi cumpleaños. No sé cuánto falta para mi cumpleaños, pero
sí sé que falta poco para entrar al jardín.
Nos fuimos caminando al jardín porque queda cerquita de la casa. Cuando
llegamos la mamá me dio un beso y me dejó en la sala, me prometió que me iba a
tener almuerzo rico y se fue conversando con la tía Paola hasta la entrada.
Tocaron la campana y antes de saludar a los demás niños, la tía Paola me abrazó
y me dijo que estaba muy feliz porque yo iba a tener un hermanito.
Estuve todo el día jugando con los conejitos con mi amigo Max. Él era mi
mejor amigo de la vida porque vivía a dos casas de la mía y me prestaba sus
autitos todos los sábados después de almuerzo. Max me preguntó si estaba feliz
de tener un hermanito y yo le dije que no sabía. Max tiene un hermano grande y
una hermanita chica y me dijo que a veces no le gustaba tener una hermanita,
pero que no se imaginaba no tener a su hermano grande. Y yo pensé que quizás no
quería tener un hermanito o hermanita.
La mamá con el papá me fueron a buscar ese día, pero en verdad el papá
nunca me iba a buscar porque trabajaba y llegaba a la hora de la once a la
casa. Siempre llegaba y tomaba café y comía pan con palta, jugaba un rato
conmigo a la pelota y entraba a su oficina hasta que yo ya estaba acostado y me
iba a decir las buenas noches.
Pero caminamos los tres desde el jardín hasta la casa y almorzamos todos
juntos. El papá y la mamá sonreían todo el rato y hablaban de cosas raras que
yo no entendía: “beibi shaguer”, “matrona”, “parto”, “cesárea”. La mamá había
hecho mi comida favorita, pollo con papas fritas, pero ella no comió papas
fritas porque dijo que no eran tan buenas para la guagüita mientras se tocaba
la guata y mi papá la miraba y sonreía y también le tocaba la guata.
Ellos estaban contentos y creo que yo también estaba contento porque me
di cuenta de que estaba sonriendo igual que mis papás. “Viste, Pedrito? Ahora
vas a tener con quien jugar a la pelota cuando yo esté trabajando y vas a tener
a quien cuidar. Vas a ser el hermano mayor y le vas a tener que enseñar todo lo
que sabes a tu nuevo hermanito, tal como yo lo hice con tu tío Juan Pablo”. Y
yo me hice ilusiones y pensé en que mi amigo Max quería mucho a su hermanito
grande, entonces mi hermanito también me iba a querer mucho a mí.
Pasó mucho tiempo, no sé muy bien cuanto, pero la mamá ya tenía la guata
hacia afuera y el ombligo también y mi papá en vez de jugar conmigo a la pelota
pintaba la pieza de mi hermanito y armaba la cuna y compraba peluches y unas
cosas raras que dan vuelta arriba de la cuna. Creo que yo también tenía una de
esas cosas cuando era guagüita. A veces me daba pena, pero a veces no porque
Max todavía quería jugar siempre conmigo a los autitos.
Un día yo estaba quedándome dormido después de rezarle a mi angelito de
la guarda cuando la mamá empezó a gritar. Y el papá entró en mi pieza gritando
“ya viene Pedrito! Ya viene llegando tu hermanito! Con la mamá vamos a ir a la
clínica y tu abuelita se va a quedar aquí contigo”. Salió disparado a la pieza
de mi hermanito, tomó un bolso amarillo con animalitos dibujados y corrió a
ayudar a la mamá para meterla al auto. Yo miraba desde la ventana y todos se
reían y gritaban y la mamá me tiró un beso antes de irse y la abuela aplaudía.
Después de tres días volvieron los papás a la casa con mi hermanito,
Diego. Era tan chiquitito que cuando la mamá me dejó tomarlo en brazos me morí
de miedo y la abuela me lo quitó al tiro. El papá ya nunca jugaba conmigo a la
pelota, la mamá no me iba a dejar al jardín y la abuela estaba todo el día en
la mecedora con el Diego.
Yo no quería ser el hermano mayor, ni el menor. Quería que el papá jugara
a la pelota conmigo y que la mamá me llevara al jardín y que la abuela hiciera
queque todos los domingos. Pero eso ya no pasaba y yo tenía que cuidar a mi
hermanito cuando la abuela se quedaba dormida y la mamá estaba bañándose y el
papá trabajando.
Yo quería estar solito a veces y jugar con Max después de almorzar los
sábados.
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