viernes, 29 de junio de 2012

CORTAVENAS I

Iba sentada en el metro, línea 1 desde Escuela Militar hacia Los Héroes. Era una mañana común y corriente, mi despertador como cada lunes y miércoles sonó a las 6:30 am y empezó la misma rutina de siempre: ducharme, vestirme, desayunar, secarme el pelo, lavarme los dientes y salir a la calle. Miraba el túnel oscuro, leí todos los cartelitos que dicen cuanta distancia hay entre estación y estación, pasaban los trenes en sentido contrario tan rápido que las luces parecían una eterna estrella fugaz. Pieza sola de Fernando Milagros sonaba en mis audífonos amarillos, iba cantando la canción en mi cabeza y movía los pies al ritmo del bajo. 


Escuela - Alcántara - El Golf - Tobalaba - Los Leones - Pedro de Valdivia  - Manuel Montt - Salvador - Baquedano - U. Católica - Santa Lucía - U. de Chile - Moneda - Los Héroes.


Gente subía, gente bajaba, unos dormían, otros leían el Publimetro, otros iban tarareando canciones. Me bajé en esa estación de combinación a línea 2, subí por la escalera mecánica y salí hacia Ejército. Iba caminando a la u cuando atisbé una silueta conocida. Cómo no iba a ser conocida si siempre la estaba observando y analizando (suena muy psicópata, pero no es tan así, lo juro). Me acerqué un poco más, estaba envuelto en una nube de humo de cigarro y cuando pasé por su lado me di cuenta que había acertado. Era él. Ya conocía sus formas, podía identificarlo a mil metros de distancia sin confundirme.
Entré a la facultad y en el patio me topé con mis amigos. Entre risa, conversaciones y cigarros iba mirando por aquí y por allá a ver si aparecía, siempre pendiente, de la forma más discreta posible. Tras unos minutos de espera, apareció. 
No sé por qué, pero cuando aparece me vuelve el alma al cuerpo, me llega un shot de energía infinita, me pongo más alegre y me vienen a la cabeza las mejores ocurrencias habidas. Pero ese día era distinto. No me inmuté con su presencia y, claramente, el no se inmuta (nunca lo ha hecho) con la mía. Qué triste, no?
Estuve una larga ventana ahí sentada en el patio, algunos iban a clases y luego volvían, otros se quedaron conmigo las 6 horas. Y él. Él se paraba unos minutos, se sentaba, iba a la cafetería, iba al baño y volvía, pero siempre ahí, siempre cerca donde mi radar lo encontraba y percibía. Era extraño, parecía satélite. Siempre deambulando por donde yo estaba, o por lo menos eso era lo que yo creía o quería creer. Cuando me convencía a mi misma de que la próxima vez que pasara me iba a parar a saludarlo, se iba por donde mismo había llegado y no volvía más.
Hasta que un día, en el que todo transcurría igual que siempre, llegó. Pero esta vez no llegó solo. GOD DAMMIT. Quien es ella. Quien es ella. Que hace con él. Como tengo una curiosidad tan grande moví cielo, mar y tierra y logré que alguien me averiguara quien era. Salían hace un tiempo y al parecer eran muy felices.
Increíblemente me puse triste en un segundo y viví las semanas más frías y oscuras en mucho tiempo. Sin ánimo, con ganas de no hacer nada y de estar sola. Sufrir en silencio y llorar. Llorar cada noche. La mayoría de las noches las lágrimas no salían, pero igual lloraba.
Tras unos días me volví a alegrar. Nada es tan grave, menos si es alguien que apenas se conoce, o no? Y ahí estaba yo, parada en el andén de Los Héroes esperando el tren para volverme a mi casa. Se movió el tren del andén del frente y ahí estaba él. Solo. Parado mirando al más allá. Me quedé pasmada viéndolo, observándolo y de repente él me vio. Nos miramos un rato, sonreímos y llegó el metro. 
Tal como llegó, se está esfumando. Ya casi no lo veo. Sigo siempre pendiente, pero rara vez lo encuentro por ahí. Pero en esos minutos en los que está presente miradas van y miradas vienen. Sé que algún día me lo volveré a encontrar por ahí y creo estar segura de que hay una conexión que va más allá. Más allá de todo, de las diferencias, de las distancias, de los amigos, de su pareja, de mi soledad. Algo nos une, quizás una intriga del uno hacia el otro, pero esa unión sobrepasará montañas si es necesario.

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